La gente ha de estar fundamentalmente arraigada a su tierra. Del amor a su tierra surge el impulso por procrear, porque sus raíces perduren. Esa identidad le da orgullo, y amor por su gente. El orgullo y el amor lo hacen hablar, y cantar, y decir, y para hablar con propiedad y verdad ha de conocer, y reverenciar.
Sólo el arraigo modela en el humano lo mejor.
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